miércoles, 9 de septiembre de 2015

16. William Carlos Williams + Luis Eduardo García


ES SÓLO PARA DECIRTE

Me comí
las ciruelas
que estaban
en el congelador
                         
y que
probablemente
guardabas
para el desayuno
                         
perdóname,
estaban deliciosas
tan dulces
y tan frías



A ELSIE

Los puros productos de América
enloquecen —
montañeses de Kentucky

o del espinazo del confín
norte de Jersey
con sus lagos y valles

perdidos, sus sordomudos, sus
viejos nombres de bandidos,
su promiscuidad entre

desalmados que andan
por los ferrocarriles
por puro amor a la aventura

y muchachas mugrosas, bañadas
de lunes al sábado
en inmundicia

para ser ataviadas esa noche
con baratijas charras,
fantasías de la gente

sin tradiciones labriegas
que les den carácter,
sólo alboroto y faroleo,

puros andrajos —y sucumbir
sin emoción,
salvo terror inerte

que no pueden expresar,
bajo algún cerco de viburnos o
cerezos silvestres—

A menos que el matrimonio
quizá
con una gota de sangre india

vomite una muchacha
tan sin amparo tan sitiada
por morbo o crimen

que la recoja
la beneficencia
y el gobierno la mantenga y

a los quince la manden
a trabajar en una casa
modesta de los suburbios

—una casa de algún doctor,
alguna Elsie, agua
voluptuosa que con rotos

pensamientos dice la verdad
de lo que somos —
sus nalgas deformes desgarbadas

sus tetas colgantes
ansiosa de chucherías
y riquillos de ojos seductores

como si la tierra fuese
bajo nuestros pies
excremento de no sé qué cielo

y nosotros degradados prisioneros
condenados a sufrir hambre
hasta que no comamos mierda

mientras la imaginación tirante
persigue venados
corriendo en campos de oro

en el sofocante septiembre
de un modo u otro
eso parece destruirnos

Sólo en pintas aisladas
algo
trasluce

Nadie que dé fe
ni enderece,
nadie que maneje el auto



ES SÓLO PARA DECIRTE (TUNEADO)

Me comí
el polonio
que estaba
en el congelador

y que
probablemente
guardabas
para envenenarte

perdóname,
estaba delicioso
tan áspero
y frío



A ELSIE (TUNEADO)

I
Los puros productos de América
enloquecen 
montañeses de Kentucky

a causa de unos extraños
frutos rojos

o del espinazo del confín
norte de Jersey
con sus lagos y valles

II
perdidos, sus sordomudos, sus
viejos nombres de bandidos,
su promiscuidad entre

desalmados que andan
por los ferrocarriles
por puro amor a la aventura

y muchachas mugrosas, bañadas
de lunes al sábado
en inmundicia

alrededor de

para ser ataviadas esa noche
con baratijas charras,
fantasías de la gente

sin tradiciones labriegas
que les den carácter,
sólo alboroto y faroleo,

puros andrajos —y sucumbir
sin emoción,
salvo terror inerte

que no pueden expresar,
bajo algún cerco de viburnos o
cerezos silvestres—

que no podemos tocar

A menos que el matrimonio
quizá
con una gota de sangre india

vomite una muchacha
tan sin amparo tan sitiada
por morbo o crimen

que la recoja
la beneficencia
y el gobierno la mantenga y

a los quince la manden
a trabajar en una casa
modesta de los suburbios

—una casa de algún doctor,
alguna Elsie, agua
voluptuosa que con rotos

pensamientos dice la verdad
de lo que somos —
sus nalgas deformes desgarbadas

sus tetas colgantes
ansiosa de chucherías
y riquillos de ojos seductores

como si la tierra fuese
bajo nuestros pies
excremento de no sé qué cielo

y nosotros degradados prisioneros
condenados a sufrir hambre
hasta que no comamos mierda


III
mientras la imaginación tirante
persigue venados
corriendo en campos de oro

nos aman

en el sofocante septiembre
y de un modo u otro
eso parece destruirnos

Sólo en pintas aisladas
algo
trasluce

Nadie que dé fe
ni enderece,
nadie que maneje el auto



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